Saturday, October 18, 2025

El optimismo como política pública

El optimismo como política pública

Javier Treviño

@javier_trevino

En tiempos de incertidumbre global, hablar con optimismo de México puede parecer contracorriente. Pero el optimismo, cuando está sustentado en hechos y en una lectura realista de las tendencias, no es ingenuidad: es una forma de liderazgo. Hoy, frente a los desafíos que enfrenta nuestro país —desde la seguridad hasta la competencia global, desde la productividad hasta la cohesión institucional—, el vaso no está medio vacío. Está medio lleno. Es cuestión de hacer bien las cosas.

El jueves pasado participé en el panel “Mexico’s Business Environment Today”, en la conferencia “Mexico Country Outlook 2026” organizada por el Baker Institute for Public Policy de la Universidad Rice, en Houston. Quise compartir una mirada positiva sobre el futuro inmediato de México. No una visión complaciente, sino una fundada en tres grandes argumentos: un nuevo estilo de gobierno, una relación bilateral con Estados Unidos más estable y pragmática, y una estrategia de seguridad más firme.

1. Un nuevo estilo de gobierno: tecnocrático, disciplinado y menos polarizante

El cambio más visible desde el inicio del nuevo sexenio ha sido el estilo de gobernar. La presidenta Sheinbaum ha introducido un enfoque más tecnocrático y basado en evidencia, con un gabinete que muestra mayores niveles de preparación y experiencia. Es una administración que, sin abandonar su raíz política, apuesta por la planeación, los datos y la evaluación.

En contraste con su antecesor, la presidenta ha optado por una comunicación más institucional y menos confrontativa. Su formación científica se refleja en una preferencia por los hechos verificables, por la coordinación técnica entre dependencias, y por una interlocución más estable con el sector privado.

Esta nueva narrativa no ha eliminado las diferencias, pero ha abierto espacios de diálogo. Las reuniones con empresarios nacionales y extranjeros son constantes; los canales de comunicación con cámaras, asociaciones y empresas globales se han reactivado. Hay una clara intención de reconstruir confianza y de proyectar estabilidad.

2. La relación México-Estados Unidos: pragmatismo, integración y visión compartida

La relación entre México y Estados Unidos es una de las más complejas e importantes del mundo. No sólo por la frontera más activa del planeta, sino porque nuestras economías están profundamente entrelazadas. La integración económica no es un discurso: es una realidad cotidiana. Cada producto que cruza la frontera cuenta una historia de interdependencia.

A pesar de los temores iniciales sobre una posible tensión con Washington, la presidenta Sheinbaum ha sabido mantener una relación funcional y pragmática con la administración estadounidense. Ha evitado crisis innecesarias y ha comprendido que los intereses de México se fortalecen cuando están alineados con una visión regional de largo plazo.

El proceso de revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ya ha comenzado. Si se maneja con inteligencia, puede consolidar a América del Norte como el bloque más dinámico y competitivo del mundo. El éxito del tratado dependerá menos de las renegociaciones técnicas y más de la voluntad política de los tres gobiernos de convertirlo en una plataforma de prosperidad compartida.

Juntos, los tres países forman un ecosistema sin rival si logran mantener reglas claras, energía suficiente, y movilidad laboral bien gestionada. Por eso, en lugar de ver el T-MEC como una fuente de fricción, debemos verlo como una herramienta de certidumbre. La integración económica es parte esencial de la solución a los retos comunes: empleo, migración, seguridad y competitividad.

3. Una estrategia de seguridad más firme e inteligente

El tercer argumento para ver el vaso medio lleno tiene que ver con la seguridad. Durante años, la política de “abrazos, no balazos” reflejó un enfoque equivocado. Hoy, el país necesita un equilibrio entre la prevención social y la capacidad operativa del Estado.

La presidenta ha marcado distancia de esa doctrina, y bajo el liderazgo del secretario Omar García Harfuch, la nueva administración ha desplegado una estrategia de seguridad basada en inteligencia, focalización territorial y coordinación interinstitucional.

Se ha fortalecido la cooperación con las agencias estadounidenses y se han incrementado las detenciones de alto perfil. Lo importante, sin embargo, no es la cifra sino la dirección y la tendencia: México parece haber recuperado el impulso por reconstruir la capacidad del Estado.

Una política de seguridad moderna no se basa sólo en fuerza, sino en información, tecnología y justicia. Si esta estrategia logra consolidarse, México podrá romper el círculo vicioso entre inseguridad y falta de inversión, y recuperar la confianza de los ciudadanos y de los mercados.

Las ventajas comparativas que a veces olvidamos

A menudo, las conversaciones sobre México comienzan con los problemas: corrupción, violencia, impunidad. Pero pocas veces empezamos con lo que realmente tenemos. Y México tiene ventajas estructurales que muchos países envidiarían.

Primero, el talento. Nuestro país cuenta con una fuerza laboral joven, con habilidades técnicas en ingeniería, logística, manufactura y retail. Pese a los incrementos recientes en salarios, sigue siendo un entorno competitivo. Lo más importante: es una población que aprende rápido, resuelve problemas y valora la calidad.

Segundo, la ubicación. Ningún otro país ofrece la combinación de cercanía, infraestructura y conectividad que México tiene con Estados Unidos. Con más de 50 cruces fronterizos y puertos modernos, México es literalmente la “cadena de suministro del mismo día” de América del Norte.

Tercero, el mercado. Con 130 millones de consumidores y una clase media en expansión, México no sólo exporta: también consume e innova. Al formar parte de un bloque de comercio de 28 billones de dólares, cada mejora en logística, infraestructura y digitalización amplifica su poder económico.

Cuarto, los recursos naturales e industriales. El país posee energía solar, eólica, minerales estratégicos, tierras fértiles y una red de clústeres industriales diversificados: automotriz, aeroespacial, electrónico, médico. No son plantas aisladas, sino ecosistemas completos.

Y quinto, la aceleración digital. México es una de las historias más fascinantes en fintech y comercio electrónico. Las billeteras digitales, los pagos instantáneos y la inclusión financiera están transformando las cadenas de valor y permitiendo que pequeñas y medianas empresas se integren al sistema productivo nacional.

En conjunto, estas cinco ventajas —talento, ubicación, mercado, recursos y digitalización— representan una base sólida. Si las acompañamos con políticas públicas inteligentes y ejecución eficiente, México no será sólo una alternativa viable para el nearshoring: será la primera opción para la competitividad norteamericana.

El papel del sector privado: pragmatismo, coherencia y propósito

Una de las fortalezas menos reconocidas de México es su sector privado pragmático y resiliente. Las empresas mexicanas, grandes y pequeñas, no esperan condiciones ideales. Invierten, innovan y entrenan a sus equipos incluso en entornos adversos.

Lo que hoy distingue a los líderes empresariales del país es la comprensión de que la competitividad depende de la colaboración: entre industrias, dentro de las cadenas de suministro, y entre el sector público y el privado.

Existe una nueva mentalidad: la de que la prosperidad compartida requiere responsabilidad compartida. Las empresas están apostando por la sostenibilidad, la digitalización y la inclusión laboral no como estrategias de relaciones públicas, sino como ejes de su modelo de negocio.

México todavía necesita una narrativa común sobre su competitividad nacional: una agenda que trascienda los ciclos electorales y que ponga la ejecución por encima del discurso.

Debemos hablar menos de obstáculos y más de resultados. Menos de lo que falta y más de lo que podemos lograr si alineamos nuestro propósito. El capital, el talento y la creatividad ya están aquí. Lo que falta es convertir esa energía en un proyecto nacional de productividad, competitividad y bienestar.

Si tuviera que mencionar una sola acción del gobierno federal que podría detonar todo el potencial del país, sería ésta: garantizar certidumbre.

Los inversionistas no buscan privilegios. Buscan reglas claras, tiempos definidos, decisiones consistentes. Quieren saber que las licencias saldrán en plazo, que los contratos se respetarán, que la infraestructura planeada se construirá.

La certidumbre multiplica el valor de todo lo demás: de la capacitación, de las cadenas productivas, de los incentivos a la innovación. Un entorno predecible convierte la intención en inversión, y la inversión en empleo.

México no tiene un problema de potencial: tiene un desafío de ritmo. Y ese ritmo depende de la capacidad de alinear incentivos, de acelerar la toma de decisiones y de garantizar estabilidad. Cuanto más rápido facilitemos la inversión, más pronto México se convertirá en el motor de crecimiento de América del Norte.

El optimismo como política pública

El vaso medio lleno no significa ignorar los retos. Significa reconocer que tenemos una oportunidad histórica. En un mundo fragmentado, México puede ser un punto de conexión: entre democracias, entre economías, entre generaciones.

La presidenta Sheinbaum ha demostrado apertura y pragmatismo. El sector privado tiene el talento, la inversión y la energía. La sociedad mexicana, su resiliencia. Si logramos alinear esas fuerzas con una visión compartida, podemos consolidar una década de crecimiento sostenido.

El optimismo no es una emoción: es una estrategia. En el fondo, se trata de creer que el país puede funcionar mejor, y de actuar en consecuencia.

México tiene ante sí una oportunidad irrepetible. Una generación de jóvenes preparada, una geografía privilegiada, un entorno regional favorable y una agenda digital en expansión. Si combinamos visión política, eficiencia institucional y colaboración empresarial, podremos convertir ese optimismo en progreso tangible.

El vaso, al fin y al cabo, no sólo está medio lleno: está esperando que lo llenemos entre todos.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-optimismo-como-politica-publica/


Saturday, October 11, 2025

El punto de no retorno

El punto de no retorno

Javier Treviño

@javier_trevino

En la vida política de los países hay momentos que dividen la historia en un antes y un después. Son decisiones, discursos o reformas que parecen normales—hasta inevitables—pero marcan un cambio de rumbo irreversible. 

Los instantes en que un gobierno, un partido o un movimiento cruzan una línea invisible —legal, moral o institucional— y ya no pueden regresar sin destruir la base de su propio poder son “los puntos de no retorno”. La acumulación de decisiones pasadas produce una dinámica que ya no admite marcha atrás.

No es solo una crisis ni un error táctico. Es el punto en que las instituciones, las alianzas y la narrativa que sostenían a un proyecto dejan de sostenerse entre sí. Desde ahí, cada paso se convierte en justificación del anterior; toda rectificación parece traición; y el poder, que alguna vez fue instrumento, se vuelve un fin en sí mismo. 

Lo paradójico es que casi nunca se reconoce en el momento. Los protagonistas creen actuar por racionalidad o urgencia, y solo después comprendemos que ese día se selló el destino. Como recordaba E. H. Carr, la historia es, en buena medida, “el estudio de las causas de los puntos de inflexión”.

La ciencia política ha estudiado estos quiebres bajo la noción de “coyuntura crítica”. Siguiendo a Giovanni Capoccia y R. Daniel Kelemen, se trata de periodos breves de fluidez institucional en los que las restricciones estructurales se relajan, el margen de acción de los actores aumenta y sus decisiones abren trayectorias auto-reforzantes difíciles de revertir. 

En ese marco, “el punto de no retorno” puede entenderse como el instante dentro de la coyuntura en que las decisiones adoptadas bloquean de facto la reversión: incluso si los actores quisieran desandar el camino, hacerlo implicaría costos políticos, sociales o económicos prohibitivos. Para volver al estado anterior no bastaría con modificar una ley o reemplazar a un ministro; habría que rearmar pactos, reglas informales y confianzas que el propio proceso erosionó.

Lo que anuncia el umbral: señales tempranas

Los “puntos de no retorno” rara vez son un relámpago aislado. Suelen anunciarse. Entre las señales más recurrentes de ejemplos históricos en diversos países destacan:

1. Erosión de contrapesos: intentos de someter al poder judicial, neutralizar organismos autónomos o colonizar instituciones de control.

2. Devaluación de normas informales: pérdida de tolerancia mutua, desaparición de la contención institucional, normalización del “todo se vale”.

3. Reescritura de reglas del juego: cambios ad hoc en leyes electorales, reformas constitucionales con nombre y apellido, manipulación del acceso a medios.

4. Retórica de excepción permanente: invocación continua de amenazas existenciales que justifican medidas extraordinarias como regla.

5. Persecución de la crítica: uso del aparato estatal para amedrentar opositores, periodistas, jueces, académicos o sociedad civil.

Cada señal por sí sola puede parecer gestionable. Juntas, componen el mapa de aproximación al umbral.

El mecanismo del no retorno: carisma, instituciones y miedo

Bajo historias nacionales distintas reaparecen tres engranes comunes:

1. Carisma. Max Weber lo definió como “autoridad que no necesita justificación más allá de sí misma”. Cuando un liderazgo logra encarnar el “destino nacional”, las instituciones se vuelven decorativas. El carisma sustituye la deliberación por la identificación afectiva y reduce los costos políticos de cruzar límites.

2. Debilidad institucional. Las constituciones no se sostienen solo en el papel: requieren hábitos, creencias y lealtades a reglas compartidas. Los frenos y contrapesos funcionan si los actores creen en ellos. Si la política comienza a tratarlos como obstáculos, se degradan rápidamente.

3. Miedo colectivo. Ningún régimen se vuelve irreversible sin un miedo movilizador: al enemigo interno, al caos, al colapso económico o moral. Ese miedo legitima la concentración de poder y sospecha de la prudencia; convierte la moderación en tibieza y el disenso en traición.

El punto de no retorno rara vez es una orden desde arriba: es una decisión colectiva en la que convergen el abuso del poder y la tolerancia social a ese abuso. Cuando el miedo supera a la esperanza, la democracia pierde su sentido.

Factores internos que empujan el cruce

1. Movimientos de ruptura: sabotaje del juego electoral, boicots, insurrección o adopción abierta de tácticas violentas.

2. Concentración de poder: reformas que disuelven contrapesos, subordinan tribunales y transforman a reguladores en satélites del Ejecutivo.

3. Cultura radicalizada: facciones que miden la lealtad por la disposición a aplaudir extremos; disidencia equiparada con deslealtad.

4. Escalada de legitimación: para sostener la mística, cada gesto radical exige otro mayor; reconocer errores se vuelve anatema.

Factores externos al régimen

1. Crisis agudas (económicas, sanitarias, de seguridad) que, si se gobiernan con la lógica de emergencia perpetua, normalizan lo excepcional.

2. Presiones internacionales que, mal procesadas, activan el reflejo nacionalista.

3. Polarización social que elimina zonas grises: si la mitad del país es “enemiga”, la excepción parece gobernabilidad.

4. Desgaste del modelo: crecimiento ínfimo, desigualdad persistente, corrupción extendida; con el edificio resquebrajado, cualquier empujón lo derriba.

Lo que ocurre después

Al otro lado del umbral se activa un circuito de retroalimentación que encarece cada día la marcha atrás:

1. Bloqueo institucional: nombramientos vitalicios, mayorías legislativas disciplinadas, redes clientelares; los incentivos de insiders bloquean reformas.

2. Escalada simbólica: toda concesión “debilita”; el lenguaje se militariza; el adversario se vuelve “usurpador”, “traidor”, “agente externo”.

3. Cierre del espacio civil: leyes restrictivas, censura, vigilancia y judicialización del disenso; el miedo como arquitectura de la conversación pública.

4. Desgaste moral: el autoengaño se vuelve método; la propaganda desplaza a los hechos; la ciudadanía cede terreno por cansancio o cinismo.

El estadista británico Harold Macmillan lo formuló con sobriedad: “Los gobiernos no se derrumban por una decisión, sino por una cadena de autoengaños”. Esa cadena, hecha de pequeñas renuncias, es el verdadero mecanismo del no retorno.

Los costos de lo irreversible

1. Políticos: se evapora el centro. Todo se convierte en lealtad o traición; la alternancia se percibe como amenaza existencial y no como rotación normal.

2. Institucionales: contrapesos y normas no escritas tardan décadas en reconstruirse; la ingeniería constitucional no basta sin cultura de legalidad.

3. Económicos: la incertidumbre jurídica disuade inversión, encarece crédito y fomenta informalidad; el riesgo soberano se vuelve política de Estado.

4. Sociales: la polarización fragmenta familias y comunidades; la conversación pública se llena de sospecha.

5. Culturales y morales: se normaliza la mentira útil; la reputación vale menos que la obediencia; el ideal cívico se achica. 

Octavio Paz advirtió la dinámica lenta y corrosiva: “La libertad no muere en un golpe de Estado; muere lentamente en la indiferencia”.

El arte de la reversibilidad: cómo no cruzar el umbral (o cómo regresar)

La grandeza de la democracia no está en evitar toda crisis, sino en poder corregir errores sin derramar sangre. Para preservar esa reversibilidad, tres defensas son cruciales:

1. Instituciones autónomas. El poder judicial independiente es la última frontera antes de la irreversibilidad. Cuando el juez teme al gobernante, el ciudadano pierde su defensa. Lo mismo vale para órganos reguladores, medios libres y universidades: son el sistema inmunológico del pluralismo.

2. Cultura cívica. La educación debe enseñar que disentir no es destruir y que el adversario no es un enemigo al que extirpar, sino un rival con quien pactar reglas compartidas. La democracia vive de normas informales: tolerancia, contención, autocontrol en la victoria y reconocimiento en la derrota.

3. Liderazgo prudente. Max Weber distinguió la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad, propia del político que mira consecuencias. Gobernar con prudencia es entender que no toda victoria merece ser ganada, ni toda batalla debe librarse. Raymond Aron lo resumió en clave realista: gobernar es “elegir entre lo desastroso y lo preferible”.

Si el umbral ya fue cruzado

La salida no suele ser nostálgica (“volver a como estábamos”), sino transicional:

1. Pactos de reconstrucción que fijen reglas mínimas y calendarios de reforma.

2. Comisiones de verdad y procesos de justicia proporcionales que reconcilien sin humillar ni amnistiar lo imperdonable.

3. Reformas gradualistas: cerrar primero las válvulas críticas (captura judicial, arbitrariedad regulatoria), antes de rediseñar el edificio completo.

4. La clave es bajar los costos de la reversión para quienes temen perderlo todo si moderan: garantías, salidas honrosas y reformas escalonadas pueden desactivar la lógica del “todo o nada”.

Charles de Gaulle lo dijo sin grandilocuencia: “El poder no consiste en avanzar siempre, sino en saber cuándo detenerse”.

La política como custodia de la reversibilidad

El punto de no retorno es el espejo moral de la política contemporánea. Ningún país es inmune; ninguna sociedad puede darse el lujo de ignorarlo. Los regímenes más poderosos han colapsado cuando dejaron de reconocer sus límites. La lección es simple y difícil: la fuerza de un Estado no se mide por su capacidad de avanzar, sino por su disposición a corregir sin destruir.

La democracia es la única invención que convierte el error en aprendizaje colectivo. Preservarla es defender la reversibilidad: que una sociedad pueda retroceder un paso para no perder el camino. Porque el poder que no puede rectificar termina por devorarse a sí mismo; y cuando eso sucede —como tantas veces— ya se ha cruzado el punto de no retorno.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-punto-de-no-retorno/


Saturday, October 04, 2025

Stubb y el futuro del orden internacional

Stubb y el futuro del orden internacional

Javier Treviño

@javier_trevino

Finlandia es considerado un país admirable y, en 2025, ha sido reconocido por octavo año consecutivo como el más feliz del mundo. Su éxito radica en un sólido sistema de bienestar social, con sanidad universal, educación de calidad accesible y una amplia red de apoyos que garantizan seguridad y estabilidad a la población.

La sociedad finlandesa se distingue por un fuerte sentido de comunidad, altos niveles de confianza y una cultura de generosidad y bondad. A esto se suma una estrecha conexión con la naturaleza, que fomenta el bienestar físico y mental.

Con instituciones eficaces, baja corrupción, libertad de expresión y una democracia consolidada, Finlandia ofrece un entorno en el que las personas pueden vivir de manera plena y satisfactoria. Por ello, se ha convertido en un modelo global de calidad de vida, cohesión social y buena gobernanza.

Por todo ello, cuando los líderes de Finlandia hablan, es recomendable escucharlos.

El 24 de septiembre de 2025, el presidente de la República de Finlandia, Alexander Stubb, se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas en su 80ª sesión. Su discurso fue inspirador. Mucho más que un acto ceremonial, fue un recordatorio de que incluso los países pequeños tienen una responsabilidad en la construcción de un nuevo orden mundial. 

En un contexto global turbulento, las ideas de Stubb resuenan como advertencias y propuestas a la vez:

El orden cambiante

Stubb comenzó con una afirmación contundente: el orden internacional posterior a la Guerra Fría ya no existe, y el nuevo aún no termina de nacer. Probablemente, dijo, tardará entre cinco y diez años en tomar forma. En ese proceso de transición, todos los Estados, grandes y pequeños, tienen la posibilidad —y la responsabilidad— de influir en lo que vendrá.

Señaló que el multilateralismo basado en el derecho y los valores está bajo presión frente a un multipolarismo crecientemente transaccional. Entiende la lógica del pragmatismo estratégico, pero advierte que, sin un anclaje en principios universales, esa aproximación “se estrella contra la pared”.

Otro eje de su diagnóstico es el desplazamiento del poder hacia el Sur y el Este globales. África, Asia y América Latina han ganado peso económico, demográfico y político. Stubb no espera consensos plenos en todo, pero sí exige bases compartidas: respeto a la soberanía, no agresión y defensa de los derechos humanos y libertades fundamentales.

También subrayó que la ONU refleja todavía el mundo de 1945 y no el de 2025. Denunció que el Consejo de Seguridad, las inconsistencias en la aplicación del derecho internacional y la falta de coordinación obstaculizan la misión de la organización de garantizar paz, estabilidad y justicia.

Guerras, crisis humanitarias y clima

El presidente finlandés lamentó que, pese a contar con capacidades tecnológicas y científicas sin precedentes, la humanidad atraviesa hoy más guerras que en ningún otro momento desde 1945. Aumentan las divisiones, los desplazamientos, las hambrunas y la inestabilidad climática y social.

Fue enfático sobre la guerra de Rusia contra Ucrania, calificándola como una negación de los principios básicos del sistema internacional. Recalcó que no se trata de un conflicto local, sino de un golpe a la seguridad europea y a la credibilidad del orden basado en reglas.

Respecto al conflicto entre Israel y Gaza, pidió un alto al fuego inmediato, acceso humanitario y liberación de rehenes. Subrayó que la única solución viable es la creación de dos Estados y el fortalecimiento de las instituciones palestinas.

Nombró además otros escenarios olvidados: Sudán, Congo, Haití, Myanmar, Mali. Allí, recordó, millones de civiles sufren violencia, desplazamiento y ausencia de Estado. Reconoció avances como el acuerdo de paz en el este del Congo, pero insistió en que el reto está en su implementación.

Un punto singular de su discurso fue la defensa de la libertad de prensa. Condenó ataques a periodistas y afirmó que no se trata de un lujo, sino de una piedra angular de la democracia, la rendición de cuentas y la defensa de los derechos humanos.

Reformas y propuestas

Entre las medidas que propuso destacan:

Reforma del Consejo de Seguridad: ampliación de miembros permanentes (dos asientos para Asia, dos para África y uno para América Latina), eliminación del derecho de veto y suspensión de voto a quienes violen la Carta de la ONU.

Reforma integral de la ONU: respaldó la “Iniciativa ONU80” del Secretario General y llamó a cambios ambiciosos.

Reenfocar prioridades: volver a la mediación como núcleo, proteger derechos humanos y orientar el desarrollo sostenible.

Candidatura finlandesa al Consejo: Finlandia buscará un asiento en 2029-2030 y, de lograrlo, se compromete a actuar con “principios y pragmatismo”.

Para cerrar, citó a Nelson Mandela: la verdad y la reconciliación son imprescindibles para sanar divisiones. Y recordó que las decisiones de hoy marcarán el mañana.

¿Por qué este discurso importa?

Reivindicar el multilateralismo

Uno de los mensajes más poderosos del discurso fue la defensa del multilateralismo como necesidad, no como ornamento. Stubb confrontó la tentación del “transaccionalismo” —políticas exteriores de conveniencia, sin compromiso con valores— y advirtió que ese camino erosiona la confianza y mina la cooperación a largo plazo.

En un mundo de alianzas cambiantes y bloques rivales, su mensaje es claro: los valores no son un lujo, son un activo práctico. La autoridad moral también es poder blando.

Los pequeños Estados como arquitectos

Stubb no pretende que Finlandia sea una potencia global. Su mensaje es que los países pequeños tienen influencia si actúan con coherencia, construyen coaliciones y se convierten en mediadores. Frente a la lógica de “los grandes deciden, los pequeños acatan”, su discurso reivindica el mensaje esencial del orden internacional: cada Estado cuenta.

La reforma de la ONU: idealismo urgente

La propuesta de ampliar asientos permanentes, eliminar vetos y sancionar violaciones es audaz y necesaria. El riesgo de que la ONU quede atrapada en un esquema de 1945 es real. Sin embargo, el camino es arduo: los actuales miembros permanentes difícilmente cederán privilegios. Aun así, plantear el tema con claridad ayuda a mantener viva la presión reformista.

Conflictos y crisis olvidadas

Stubb fue valiente al hablar de Ucrania, Gaza y los conflictos “periféricos” de África y Asia. Lo hizo sin ambigüedades, responsabilizando a los agresores y recordando la urgencia de atender a las víctimas. Su énfasis en la libertad de prensa es especialmente relevante en un contexto de creciente censura y desinformación, incluso en democracias.

Idealismo y realismo equilibrados

El discurso navega entre principios e intereses. Stubb admite que los Estados actúan por intereses, pero pide que esos intereses se enmarquen en normas compartidas. No es utopía, sino pragmatismo moral. En tiempos de cinismo político, esa voz intermedia resulta refrescante.

Resonancia con el presente

El discurso de Stubb dialoga con las tensiones actuales:

Fragmentación global: el mundo multipolar necesita nuevas reglas y mediadores.

Erosión de normas: la impunidad de agresores amenaza la credibilidad del derecho internacional.

Crisis de legitimidad de la ONU: la inercia institucional la acerca a la irrelevancia.

Vacío de liderazgo: ante potencias que dudan, voces de democracias medianas pueden marcar la pauta.

Desilusión ciudadana: el mensaje puede reconectar diplomacia y opinión pública.

¿Cuáles son las críticas que ya se escuchan en torno al discurso de Stubb?

Exceso de idealismo: algunos dirán que subestima la fuerza del poder duro.

Viabilidad baja de reformas: el fin del veto es casi impensable con los actuales equilibrios.

Selectividad moral: toda condena enfrenta el reproche de omitir otros abusos.

Activismo vs neutralidad: países pequeños pueden perder margen de mediación si adoptan posturas demasiado firmes.

Reflexión final

Los líderes de la diplomacia mexicana podrían coincidir con algunas lecciones de la visión del presidente de Finlandia: una política exterior basada en valores, respeto al derecho internacional y construcción de confianza entre naciones. Esa visión de relaciones internacionales firmes y responsables es un ejemplo de liderazgo que podría enriquecer la forma en que México se proyecta en el mundo. 

El discurso de Alexander Stubb trasciende los rituales de la ONU. Afirma que la arquitectura del futuro no puede ser definida solo por grandes potencias. Reivindica la responsabilidad de los pequeños Estados. Y recuerda que los valores importan no por ingenuidad, sino porque sin ellos los intereses pierden sustento.

Finlandia, al buscar un asiento en el Consejo de Seguridad, se ofrece como un actor “de principios y a la vez pragmático”. El desafío será convertir la retórica en resultados. Pero, en un tiempo de incertidumbre, escuchar a una democracia pequeña hablar con claridad, convicción y humildad es ya, en sí mismo, un aporte valioso al debate mundial.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/stubb-y-el-futuro-del-orden-internacional/


Sunday, September 28, 2025

La confianza: el activo invisible de las empresas

La confianza: el activo invisible de las empresas

Javier Treviño

@javier_trevino

Estuve en la conferencia de Concordia 2025 en Nueva York. Yo creo que, a sus 15 años, ya se consolidó como uno de los foros más influyentes de diálogo global entre líderes políticos, empresariales, académicos y de la sociedad civil. 

Durante varios días de paneles y conversaciones, el evento abordó temas centrales como la transformación digital, la seguridad global, la sostenibilidad, la gobernanza democrática y los retos migratorios que enfrentan distintas regiones del mundo. 

Coincidió con los días de la Asamblea General de la ONU. La ciudad de Nueva York, como sede emblemática, sirvió de puente entre perspectivas internacionales. Reunió a jefes de Estado, directores ejecutivos de empresas multinacionales, filántropos y líderes sociales comprometidos con encontrar soluciones a los desafíos contemporáneos. 

Uno de los ejes centrales fue el papel de la innovación tecnológica en mejorar la calidad de vida y garantizar seguridad en un contexto de creciente incertidumbre geopolítica. Asimismo, se discutió cómo el sector privado puede fortalecer su papel en alianzas con gobiernos y organizaciones multilaterales para impulsar proyectos de impacto social y económico a largo plazo. 

Concordia 2025 destacó por su enfoque en responsabilidad corporativa y liderazgo ético, subrayando la importancia de la confianza como capital político y empresarial.

En el mundo empresarial del siglo XXI, marcado por la globalización, la disrupción tecnológica, las redes sociales y la presión creciente por la sostenibilidad, el  concepto de confianza se ha convertido en el factor decisivo de éxito o fracaso.

Francis Fukuyama lo adelantó hace casi tres décadas en su obra “Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity” (1995): la confianza es un capital social indispensable para la prosperidad de las naciones y de las empresas. Hoy, sus palabras resuenan con más fuerza que nunca. La confianza ya no es un “valor blando” relegado a los manuales de ética corporativa; es un activo estratégico, invisible pero fundamental, que sostiene la legitimidad de las compañías frente a consumidores, empleados, inversionistas y comunidades.

¿Qué entendemos por confianza?

La confianza en el ámbito empresarial puede definirse como la disposición de los distintos grupos de interés —clientes, empleados, accionistas, proveedores, comunidades— a aceptar la vulnerabilidad frente a una compañía, creyendo que ésta actuará con competencia, integridad y responsabilidad.

Stephen M.R. Covey, en su influyente libro “The Speed of Trust” (2006), lo resume de manera contundente: “La confianza es la única cosa que lo cambia todo. Está presente en cada relación, equipo, organización, economía y civilización del mundo.”

La confianza no es sólo un sentimiento interpersonal; también es sistémica, se deposita en las marcas, en las instituciones, en los procesos y en la cultura corporativa.

Las características de la confianza

La literatura sobre liderazgo y psicología organizacional converge en cinco atributos esenciales que componen la confianza en los negocios:

Competencia: los clientes y socios creen que la empresa puede cumplir lo que promete.

Integridad: la convicción de que la organización actúa conforme a valores consistentes y éticos.

Fiabilidad: la capacidad de comportarse de manera predecible y cumplir compromisos de forma constante.

Transparencia: la disposición a comunicar abiertamente, revelar información y reconocer dificultades.

Empatía y cuidado: el interés genuino por comprender y responder a las necesidades de los distintos grupos de interés.

David Horsager, en “The Trust Edge” (2012), lo expresa con crudeza empresarial: “La falta de confianza es tu gasto más alto. Cuanto mayor es la confianza en la relación, más rápido se logran las cosas.”

La importancia de la confianza en el siglo XXI

¿Por qué la confianza se ha vuelto tan central en la vida de las empresas? La respuesta se encuentra en cuatro dimensiones fundamentales:

1. La relación con los consumidores.

El Edelman Trust Barometer 2024 revela que 63% de los consumidores decide comprar, cambiar, evitar o boicotear marcas en función de la confianza que les inspiran. En un mercado saturado de opciones, el consumidor no sólo compara precios o calidad, sino también la credibilidad y la transparencia de la empresa.

2. El compromiso de los empleados.

Paul J. Zak, en un artículo para Harvard Business Review (2017), demostró con evidencia empírica que los empleados en organizaciones de alta confianza reportan 74% menos estrés, 106% más energía y 50% más productividad. La confianza interna, en este sentido, no es un lujo, es un motor de desempeño.

3. La confianza de los inversionistas.

Las empresas confiables disfrutan de menor costo de capital, mejores valuaciones y mayor resiliencia en periodos de crisis. Los inversionistas saben que la reputación y la gobernanza son activos intangibles que protegen el valor financiero.

4. La licencia social para operar.

En la era de los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), la confianza es la base de la legitimidad. Una empresa puede tener utilidades espectaculares, pero sin confianza pública arriesga sanciones regulatorias, boicots ciudadanos y pérdida de talento.

Las ventajas de la confianza

Cuando una empresa construye un ecosistema de confianza, se activan ventajas competitivas tangibles e intangibles:

Velocidad y eficiencia: la confianza reduce costos de transacción y la necesidad de controles excesivos. Covey lo resume así: “Cuando la confianza sube, la velocidad aumenta y los costos disminuyen.”

Innovación y colaboración: en culturas de confianza, los equipos comparten conocimiento y se atreven a experimentar sin miedo.

Lealtad de clientes: la confianza genera repetición de compra, recomendación y un capital reputacional que protege en tiempos difíciles.

Resiliencia en crisis: las empresas confiables reciben el beneficio de la duda, y pueden recuperar credibilidad con mayor rapidez tras un error.

Atracción de talento: las nuevas generaciones priorizan trabajar en organizaciones que proyectan confianza y propósito.

Las desventajas y riesgos de la confianza

Paradójicamente, la confianza mal gestionada también puede generar problemas:

Confianza ciega: delegar sin mecanismos de control puede derivar en fraudes o abusos.

Fragilidad: la confianza tarda años en construirse y segundos en destruirse.

Exposición excesiva: confiar demasiado en socios o proveedores sin salvaguardas puede dejar a la empresa vulnerable.

Expectativas altas: a mayor confianza, mayor escrutinio; fallar a esas expectativas provoca una caída más dolorosa.

Charles Green, en “The Trusted Advisor” (2000), lo advierte con claridad: “La confianza toma tiempo en construirse, segundos en romperse y una eternidad en repararse”.

Confianza en la era digital y global

El siglo XXI ha introducido retos inéditos en la gestión de la confianza:

Confianza digital: la protección de datos, la ciberseguridad y la ética de la inteligencia artificial se han convertido en ejes de la confianza de los consumidores.

Globalización cultural: la confianza se interpreta de manera distinta en cada contexto. Lo que transmite confiabilidad en Japón puede no ser lo mismo en Brasil.

Transparencia radical: las redes sociales han ampliado la rendición de cuentas. Una acción corporativa puede ser amplificada en segundos, para bien o para mal.

Rachel Botsman, en “Who Can You Trust?” (2017), explica que la economía digital está construida sobre la “confianza distribuida”: plataformas como Airbnb, Uber o Amazon ya no dependen de instituciones centrales, sino de sistemas de reputación colectivos. Para las empresas tradicionales, adaptarse a este nuevo ecosistema es cuestión de supervivencia.

El futuro de la confianza

Si el siglo XX fue la era del capital financiero, el siglo XXI es la era del capital de confianza. Las empresas que quieran perdurar deberán convertir la confianza en un eje transversal de su estrategia: desde la comunicación con clientes hasta la cultura organizacional, pasando por la relación con inversionistas y comunidades.

No se trata sólo de “parecer confiables” mediante campañas publicitarias, sino de ser confiables: actuar con coherencia, demostrar integridad en las decisiones y rendir cuentas de manera transparente.

En última instancia, la confianza es la nueva moneda de cambio en la economía global. Y como toda moneda, puede invertirse, acumularse o perderse. Las compañías que entiendan esto tendrán una ventaja competitiva.

La confianza no es un accesorio; es la base sobre la que se sostienen las empresas. Sin confianza no hay negocio; con confianza, una organización puede innovar, crecer y trascender.

El reto es entender que la confianza no se decreta ni se compra; se construye día a día con cada decisión, con cada interacción, con cada palabra.

En un mundo donde la desconfianza hacia las instituciones es creciente, las empresas que logren proyectar confianza se convertirán en pilares de estabilidad. Y al revés: aquellas que la pierdan quedarán expuestas a la irrelevancia o al colapso.

La lección es clara: en el siglo XXI, la confianza es el activo invisible más valioso de las empresas. Quien lo entienda, tendrá no sólo éxito económico, sino legitimidad social.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/la-confianza-el-activo-invisible-de-las-empresas/


Saturday, September 20, 2025

El orden se convierte en poder

El orden se convierte en poder

Javier Treviño

@javier_trevino

Las consecuencias no deseadas de una cooperación bilateral exitosa en materia de seguridad entre México y Estados Unidos podrían ser tan complejas como paradójicas. El resultado del desmantelamiento de los grandes cárteles, los laboratorios de fentanilo, sus rutas y mercados será la fragmentación y atomización del crimen organizado. 

Los delincuentes que sobrevivan al embate regresarían a lo que saben hacer: delinquir en modalidades más cercanas a la vida cotidiana de los ciudadanos. Secuestro exprés, cobro de piso, robo de vehículos, asaltos a casa habitación y extorsión de negocios se convertirían en delitos más frecuentes y extendidos. 

El problema es que las policías estatales y municipales mexicanas no cuentan con la capacidad, la preparación ni la coordinación para contener esa ola de violencia, lo que derivaría en una mayor percepción de inseguridad. 

Por eso, el éxito en la cooperación bilateral no debe limitarse a golpear estructuras criminales transnacionales, sino que tendrá que acompañarse de una estrategia de seguridad integral y preventiva a nivel local, capaz de reforzar a las policías civiles y blindar a las comunidades frente a esta nueva generación de riesgos.

La seguridad como piedra angular del poder político

La seguridad es el bien público más elemental. Cuando la violencia, el crimen o la insurgencia dominan la vida cotidiana, ningún otro aspecto de la gobernanza importa tanto como la promesa de vivir sin miedo. El líder que logra restablecer el orden adquiere algo más que popularidad pasajera: obtiene legitimidad en su desempeño, un capital político de enorme valor.

Un secretario de seguridad que supera la delincuencia o controla un conflicto se convierte en figura nacional. Su éxito se traduce en confianza pública y, en muchos casos, en la plataforma más sólida para aspirar a convertirse en jefe de Estado. 

Sin embargo, la misma ruta que abre la puerta a la presidencia encierra riesgos profundos: tácticas demasiado agresivas pueden socavar el Estado de derecho y comprometer la gobernabilidad democrática a largo plazo.

Este fenómeno —el tránsito del tecnócrata de seguridad al líder nacional— merece análisis, porque ilumina las tensiones entre eficacia inmediata y legitimidad duradera.

El orden como fundamento de la política

La seguridad es condición de posibilidad para todo lo demás. En “Violence and Social Orders”, Douglas North, John Wallis y Barry Weingast muestran cómo el monopolio legítimo de la violencia define los arreglos políticos que sostienen las economías modernas. Francis Fukuyama, por su parte, identifica tres pilares del orden político: la capacidad estatal, el Estado de derecho y la rendición de cuentas.

Cuando un líder ofrece seguridad visible —reducción de homicidios, disuasión de insurgencias, disminución de delitos— demuestra capacidad estatal en acción, no solo en retórica. De ahí que un ministro de seguridad exitoso pueda capitalizar su labor en legitimidad política.

En contextos de crisis, la securitización de los problemas (es decir, tratarlos como amenazas existenciales que justifican medidas excepcionales) amplifica ese poder. Pero hay que saber lo que es "permisible" en nombre de la seguridad. Si se usa con prudencia, fortalece reformas; si se abusa de ella, erosiona derechos y pluralismo.

Los ingredientes del ascenso exitoso

El tránsito de un cargo de seguridad hacia la jefatura de Estado rara vez es accidental. Estudios comparativos revelan seis ingredientes recurrentes:

Resultados visibles y mensurables. Sin evidencia contundente, no hay capital político. La caída drástica de homicidios en El Salvador, reportada en 2024, se convirtió en la piedra angular de la reelección de Nayib Bukele. La lección es clara: las cifras importan, pero su credibilidad depende de auditorías independientes.

Cambio institucional, no solo táctico. Las victorias sostenibles implican reformas duraderas. En Nueva York, durante los noventa, el debate sobre “ventanas rotas” demostró que más que la política puntual, la innovación organizacional —como CompStat— consolidó resultados.

Narrativa de seguridad con derechos. Los líderes que logran trascender su rol de “zar de seguridad” articulan un discurso que combina orden con libertades. De lo contrario, su mandato se convierte en un estado de excepción perpetuo.

Coaliciones amplias. El éxito en seguridad abre puertas, pero para permanecer abiertas se requieren alianzas con empresarios, reformadores sociales, líderes comunitarios y actores políticos más allá del aparato de seguridad.

Salida creíble de la emergencia. El uso prolongado de poderes extraordinarios puede ser eficaz, pero mina la democracia si no se plantea un retorno a la normalidad constitucional.

Portabilidad de competencias. El público se pregunta: ¿podrá este líder manejar salud, educación y economía con la misma eficacia que aplicó en seguridad? La clave está en traducir el método de gestión (datos, disciplina, ejecución) a otros sectores.

Casos emblemáticos: de la seguridad al poder

La historia contemporánea ofrece ejemplos notables del fenómeno:

Theresa May (Reino Unido). Como Ministra del Interior (2010-2016), forjó reputación de rigor administrativo y reformas. Llegó a Primera Ministra en 2016, aunque su gestión evidenció que el prestigio en seguridad no basta para resolver dilemas estructurales como el Brexit.

Nayib Bukele (El Salvador). Bajo su “Plan Control Territorial”, El Salvador reportó la tasa de homicidios más baja de su historia. Ese logro lo catapultó a la reelección. Sin embargo, la falta de transparencia y las detenciones masivas han suscitado advertencias sobre su legado democrático.

Álvaro Uribe (Colombia). Su política de Seguridad Democrática (2002-2010) redujo drásticamente la capacidad insurgente y transformó la política colombiana por generaciones. No obstante, abusos como los “falsos positivos” recordaron los peligros de la falta de controles.

Rodrigo Duterte (Filipinas). Tras su imagen de mano dura en Davao, llegó a la presidencia en 2016. Su “guerra contra las drogas” mantuvo su popularidad, pero derivó en condena internacional y procesos judiciales. El riesgo de pasar de héroe a acusado siempre acecha.

Yoon Suk-yeol (Corea del Sur). Ascendió de fiscal anticorrupción a presidente. Sin embargo, su caída por imponer la ley marcial inconstitucional mostró cómo los reflejos autoritarios pueden destruir una carrera política meteórica.

Paul Kagame (Ruanda). Su legitimidad surgió de poner fin al genocidio de 1994. El orden alcanzado le permitió consolidar un poder duradero. Aun así, su estilo de gobernanza plantea preguntas sobre el pluralismo político y las libertades.

Otros casos, como Juan Manuel Santos en Colombia (de ministro de Defensa a presidente y Nobel de la Paz), ilustran la importancia de combinar éxitos en seguridad con visión de reconciliación.

La estrategia de conversión: de guardián a estadista

Un secretario de seguridad que aspire a la presidencia debe seguir una hoja de ruta clara:

Publicar información completa y verificable. Los datos sobre homicidios, desapariciones y detenciones deben ser auditables por instancias académicas e internacionales. Sin transparencia, el éxito se convierte en sospecha.

Institucionalizar las reformas. Profesionalizar agencias, estandarizar capacitación, modernizar sistemas de datos. El mérito debe radicar en las instituciones, no en la personalidad del líder.

Enmarcar la narrativa en el Estado de derecho. Retomar la tríada de Fukuyama: Estado fuerte, ley fuerte y rendición de cuentas. Prometer cláusulas de caducidad para poderes extraordinarios.

Extender el método de gestión. Aplicar las mismas métricas y disciplina de seguridad a salud, educación y economía. Los votantes respaldan la competencia, no la retórica.

Invertir en prevención. Integrar la seguridad con empleo juvenil, tratamiento de adicciones y diseño urbano. Atacar causas, no solo síntomas.

Construir una coalición plural. Incorporar a sociedad civil, iglesias y defensores de derechos humanos en mecanismos de supervisión.

Asumir la ética. Reconocer errores pasados, ofrecer reparaciones y demostrar aprendizaje. Un líder que no enfrenta su propio legado difícilmente podrá aspirar a la confianza nacional.

Errores que descarrilan carreras políticas

La experiencia internacional muestra fallas recurrentes:

Sobresecuritización. Convertir todo problema en amenaza existencial lleva al desgaste y al autoritarismo.

Opacidad de datos. Ocultar cifras puede ganar tiempo, pero destruye confianza en el momento decisivo.

Personalización del crédito. Sin instituciones sólidas, los logros se evaporan con la salida del líder.

Estancamiento de agenda. Una vez resuelto el problema de seguridad, los ciudadanos demandan prosperidad y derechos.

Exceso de poder constitucional. El abuso de poderes extraordinarios puede desencadenar crisis legales y erosión democrática.

Del orden a la confianza

La seguridad es el umbral de la política. Un secretario de seguridad exitoso que supera la crisis de violencia puede convertirse en un formidable líder nacional. Pero el tránsito de guardián a estadista exige disciplina adicional: transparencia radical, institucionalización de reformas, narrativa basada en derechos, portabilidad de competencias y lealtad constitucional.

En última instancia, la seguridad se convierte en confianza, y la confianza en poder político. Esa es la ruta: no solo garantizando el orden, sino demostrando que el orden puede convivir con la libertad y convertirse en plataforma de un liderazgo duradero y democrático.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-orden-se-convierte-en-poder/


Saturday, September 13, 2025

Muéstrame tu presupuesto y te diré para qué gobiernas

Muéstrame tu presupuesto y te diré para qué gobiernas

Javier Treviño

@javier_trevino

Los presupuestos son los planos para gobernar. Para un estadista, el presupuesto no es una hoja de cálculo, es una estrategia y un instrumento primordial. Asigna poder, establece prioridades y revela compensaciones con mayor franqueza que cualquier discurso. Como dijo Barack Obama, un presupuesto “no es solo números en una página; se trata de vidas, familias, sueños para el futuro”.

Nada comunica una filosofía de gobierno con mayor claridad que un presupuesto. Elaborarlo y aprobarlo es la cúspide del arte de gobernar: una prueba de juicio político, gestión institucional y decisión moral.

Los presupuestos codifican valores. Qué ciudadanos y sectores reciben inversión, y cuáles no, es lo que define la brújula ética de un gobierno. Por eso los presupuestos son "documentos morales": revelan lo que los líderes realmente valoran cuando la retórica choca con la escasez.

Dado que un presupuesto vincula los recursos a una narrativa —qué debe crecer, qué debe disminuir—, es una visión de gobierno. La formulación del presupuesto como "un plan para nuestro futuro" capta esta verdad: las prioridades en el papel se convierten en trayectorias en la economía real.

Un acuerdo político bajo restricciones

La literatura clásica nos recuerda que la presupuestación rara vez es una optimización clara y racional. La idea fundamental de Aaron Wildavsky —"la presupuestación es incremental, no integral"— explica por qué las asignaciones anuales suelen ajustar la base del año anterior en lugar de reinventar el estado. Ese incrementalismo es un hecho político: las coaliciones deben mantenerse, los programas defenderse y el cambio planificarse.

El libro clásico moderno de Allen Schick, “The Federal Budget: Politics, Policy, Process”, muestra cómo los procedimientos (reglas fiscales, marcos a mediano plazo, calendarios legislativos) configuran lo posible. Un buen proceso no garantiza buenas decisiones, pero aumenta la probabilidad de que estas se alineen con la estrategia y se ejecuten.

¿Por qué los presupuestos importan ahora más que nunca?

El entorno fiscal actual es más adverso. El FMI advierte sobre un contexto implacable de alta deuda pública, crecimiento moderado y crecientes costos de endeudamiento, un contexto en el que el margen fiscal es escaso y los errores de política se castigan rápidamente. En este mundo, el presupuesto es el principal estabilizador, ancla de la credibilidad y mapa de inversión para la competitividad a largo plazo.

El FMI ha advertido que es necesario reducir los enormes déficits estructurales. Este argumento no se basa en la austeridad por sí misma, sino en preservar el margen para invertir en productividad, defensa y protección social cuando se presenten crisis.

Conectar la misión, el dinero y la medición

La “Recomendación de la OCDE sobre Gobernanza Presupuestaria” sintetiza las mejores prácticas internacionales en diez principios: afianzar la política fiscal en límites claros; utilizar previsiones macroeconómicas y de ingresos realistas; vincular el presupuesto a la estrategia nacional; integrar la información sobre el desempeño; garantizar la transparencia y un debate inclusivo; gestionar desde una perspectiva a medio plazo; y evaluar la sostenibilidad a largo plazo. Estas no son sutilezas tecnocráticas, sino salvaguardas políticas que garantizan la persistencia de la estrategia.

Tratar el presupuesto anual como un capítulo de un plan a mediano plazo

El incrementalismo advierte contra las promesas excesivas de revoluciones cada año fiscal. La clave está en la secuencia: identificar los pocos cambios estructurales que importan (por ejemplo, aumentar la calidad de la inversión pública, reformar las prestaciones sociales o reorientar la atención hacia el capital humano) y organizarlos en un marco plurianual que el Congreso, los mercados y la ciudadanía puedan seguir.

Construir coaliciones políticas en torno a compensaciones concretas

Un estadista utiliza el presupuesto para crear claridad en la coalición: quién se beneficia, quién paga y por qué es justo. El presupuesto se centra en la vida de las personas. Se traduce en resultados que los ciudadanos reconocen (barrios más seguros, colas hospitalarias más cortas, guarderías infantiles más económicas). La disciplina narrativa no es propaganda; es una explicación democrática.

Invertir en la capacidad de ejecución

Los presupuestos fracasan cuando la ejecución falla. La tradición de la "deliverología" de Michael Barber advierte que sin una cadena de ejecución —responsables, hitos y ciclos de retroalimentación claros— el dinero no se traduce en resultados. Los líderes deben vincular las asignaciones a un plan de ejecución que dé seguimiento a los resultados y corrija el rumbo rápidamente.

Presupuesto para la resiliencia, no solo para la eficiencia

La política fiscal también actúa como amortiguador contra shocks. Esto implica proteger los estabilizadores automáticos, mantener reservas para contingencias y realizar pruebas de estrés al balance público ante desastres, ciberataques y costos asociados al envejecimiento del gobierrno y de la infraestructura. El manual del FMI sobre política fiscal subraya su doble función: macroestabilización y protección social.

¿Cuál es el impacto del presupuesto en la política y la sociedad?

Ya sea que un gobierno amplíe la seguridad social, reduzca los impuestos corporativos, financie una transición verde o impulse la defensa, el presupuesto es donde la ideología se convierte en aritmética. La consecuencia política es la rendición de cuentas: la ciudadanía y la oposición pueden juzgar la coherencia (¿coinciden las cifras con la retórica?) y la equidad (¿quién gana, quién pierde?).

Reconfigura las capacidades del Estado

Los presupuestos configuran la función pública: qué secretarías contratan, qué habilidades se financian y qué sistemas de datos se construyen. La falta de fondos en las oficinas de auditoría, los organismos de estadística o las unidades de contratación pública implican estados más débiles; los que cuentan con una financiación adecuada mejoran la integridad y la ejecución.

Redistribuye el riesgo entre generaciones

Las decisiones sobre la deuda son políticas intertemporales. Solicitar préstamos hoy para obtener activos que mejoren la productividad puede ser justo para los ciudadanos futuros; solicitar préstamos para financiar el consumo actual a escala estructural desplaza las cargas hacia adelante. La consecuencia política es moral —equidad intergeneracional—, que los marcos fiscales sólidos buscan gestionar.

Impulsa confianza o incita a sanciones

Los presupuestos sólidos pueden reducir las primas de riesgo y atraer la inversión privada; los presupuestos frágiles incitan al escepticismo del mercado, la presión sobre las calificaciones y los dolorosos recortes cíclicos. La credibilidad otorga margen de maniobra.

¿Cuál sería una guía práctica para un estadista?

1. Definir la misión del gobierno en términos presupuestarios. Traducir el mandato en tres a cinco prioridades medibles y con costos presupuestados en un horizonte de cuatro años (por ejemplo, reducir a la mitad la pobreza educativa; cerrar un cuello de botella logístico; expandir la atención primaria). Cada nueva iniciativa debe demostrar cómo desplaza un gasto de menor valor.

2. Crear un ancla fiscal a mediano plazo. Utilizar una trayectoria de deuda o déficit —y publicarla con escenarios positivos y negativos— para definir las opciones. Elaborar una declaración anual de riesgos fiscales (pasivos contingentes, empresas estatales, riesgos climáticos) para evitar que las sorpresas se conviertan en crisis.

3. Establecer un sistema de ejecución. Para cada programa insignia, nombrar a un único responsable, publicar métricas trimestrales de producción y resultados, y vincular los tramos de transferencia a los hitos.

4. Reequilibrar hacia la inversión y el mantenimiento. Proteger los presupuestos de capital y los gastos de mantenimiento que aumentan la productividad total de los factores; eliminar los subsidios de bajo impacto. Aspectos políticos: construir una amplia coalición (empresas, sindicatos, gobiernos locales) en torno a una cartera visible de proyectos.

5. Diseñar para la legitimidad. Ampliar las consultas previas al presupuesto; publicar presupuestos ciudadanos y portales de datos abiertos; empoderar a las entidades fiscalizadoras superiores y a los comités legislativos para que examinen el desempeño.

6. Secuenciar las reformas estructurales. Comenzar con medidas que no generen arrepentimientos (administración tributaria digital, reforma de la contratación pública, focalización de subsidios). Aprovechar los logros iniciales para generar confianza y así implementar medidas más complejas (parámetros de pensiones, precios de la energía).

Gobernar con números, liderar con propósito

En política, la aspiración se encuentra con la aritmética en el presupuesto. Es el instrumento más exigente del estadista, ya que convierte las historias en decisiones conscientes de la escasez y las vincula a instituciones que perduran más allá del ciclo informativo. Los presupuestos tienen éxito cuando los líderes los tratan como compromisos morales, planes estratégicos y contratos creíbles tanto con los ciudadanos como con los mercados.

"Muéstrame tu presupuesto", puede decir el ciudadano con razón, "y te diré para qué gobiernas". En una era de espacio fiscal limitado y expectativas crecientes, la tarea del estadista es garantizar que la respuesta sea convincente: disciplinada en las cifras, honesta en las compensaciones, ambiciosa en la inversión y anclada en el futuro que la gente merece.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/muestrame-tu-presupuesto-y-te-dire-para-que-gobiernas/


Sunday, September 07, 2025

Poder y peligro del carisma

Poder y peligro del carisma

Javier Treviño

@javier_trevino

En un mundo saturado de datos, algoritmos y discursos mediáticos, con imágenes milimétricamente diseñadas, el carisma emerge como ese rasgo esquivo y poderoso que convierte a los líderes en símbolos y a las ideas en movimientos colectivos. 

El 1 de agosto pasado, el Financial Times publicó “The Art of Charisma”. Henry Mance explora este fenómeno, subrayando que no es una mera cualidad estética ni un atributo misterioso: es un factor de influencia real que ha demostrado inspirar a personas más allá de lo que incluso las recompensas materiales pueden lograr. 

El hallazgo es provocador: la inspiración, cuando está acompañada de carisma, puede ser más movilizadora que el dinero.

1. ¿Qué es el carisma y por qué hoy importa más que nunca?

Olivia Fox Cabane, en “The Charisma Myth: How Anyone Can Master the Art and Science of Personal Magnetism”, identifica tres ingredientes fundamentales del carisma: presencia, poder y calidez. Desmonta el mito de que el carisma es un don innato; al contrario, es un conjunto de comportamientos aprendibles que, con práctica y conciencia, se pueden desarrollar.

La psicología social respalda esta visión. Alex Haslam y Michael Platow, en sus estudios sobre liderazgo, sostienen que el carisma no se “posee” individualmente: se confiere desde los seguidores. Es decir, alguien se vuelve carismático cuando logra representar una identidad compartida, encarnar los valores de un grupo y reflejar el “nosotros” colectivo. El carisma, entonces, es tanto relacional como simbólico: un puente entre el individuo y la comunidad.

El carisma es un elemento esencial del liderazgo transformacional. Inspira a los equipos a lograr más de lo esperado. Tiene cuatro ejes: influencia idealizada, motivación inspiradora, estimulación intelectual y atención personalizada. El carisma no es adorno: es el motor que conecta la visión con la acción.

2. El poder y el peligro del carisma

El carisma es magnético, pero también ambivalente. Su capacidad de movilizar energías colectivas puede generar innovación, cohesión y esperanza; pero, en exceso o sin contrapesos, puede derivar en dinámicas de adoración peligrosa.

Investigadores de la Universidad de Cambridge advierten sobre este “lado oscuro del carisma”: la mezcla de admiración y culto al líder puede desembocar en egocentrismo, populismo o manipulación emocional. Max Weber, el gran sociólogo alemán, ya había alertado sobre este fenómeno: los líderes carismáticos rompen normas establecidas y convocan a “nuevas creencias”, lo cual puede abrir horizontes inéditos… o abismos.

Peter Drucker decía que el carisma puede ser peligroso cuando fascina pero carece de sustancia. El siglo XX está lleno de ejemplos: líderes magnéticos que, envueltos en retórica encendida, llevaron a sociedades enteras hacia la destrucción. El carisma, sin ética ni instituciones sólidas, se convierte en un arma letal.

3. ¿Inspirar o encandilar? La balanza ética del carisma

El Programa de Negociación de Harvard (PON), en su estudio “Charismatic Leadership: Weighing the Pros and Cons”, analiza precisamente esta tensión. El carisma es una herramienta poderosa, pero de doble filo: puede inspirar innovación, resiliencia y cohesión, pero también conducir a la sobreconfianza, la obediencia ciega y la erosión del pensamiento crítico.

La conclusión es clara: el liderazgo carismático requiere conciencia ética, transparencia y responsabilidad. Ser magnético no basta; es necesario saber para qué se utiliza esa influencia. El carisma debe alinearse con un propósito colectivo y no con la vanidad individual.

4. Carisma como habilidad enseñable

La buena noticia es que el carisma puede aprenderse y cultivarse. Olivia Fox Cabane propone ejercicios prácticos para desarrollar presencia (escuchar de verdad, estar en el momento), poder (mostrar confianza y determinación) y calidez (transmitir empatía y cercanía). John Maxwell, en “The Charismatic Leader: 21 Skills to Connect with People”, ofrece un enfoque complementario: interesarse genuinamente en los demás, invertir en sus vidas, y convertirse en alguien con quien la gente desea vincularse.

A lo largo de los años, he leído muchos libros sobre el tema. “Cues: Master the Secret Language of Charismatic Communication” de Vanessa Van Edwards enseña a leer y a emitir señales no verbales que generan conexión inmediata.

“The Like Switch: An Ex-FBI Agent's Guide to Influencing, Attracting, and Winning People Over”, de Jack Schafer y Marvin Karlins, aplica técnicas de persuasión desarrolladas por el FBI para construir confianza rápidamente.

“Charisma On Command: Inspire, Impress, and Energize Everyone You Meet”, de Charlie Houpert, desmitifica el carisma y lo traduce en comportamientos accesibles para cualquiera.

Estos textos coinciden en una idea central: el carisma no es un truco de espectáculo, sino una competencia social que integra lenguaje verbal, comunicación no verbal y empatía.

5. El “punto ideal” del carisma

No todo carisma es positivo: “demasiado poco” vuelve a los líderes irrelevantes, “en exceso” los vuelve sospechosos o manipuladores. El carisma eficaz requiere equilibrio: suficiente para inspirar, pero no tanto como para eclipsar la razón o sofocar la crítica.

Una investigación de Jochen Menges, de la Escuela de Negocios Judge de Cambridge, explora el "poder y peligro del liderazgo carismático". Si bien el carisma puede impulsar la unidad y el propósito, puede generar dependencia, arrogancia y abuso de poder. Identificó cuatro conductas que construyen carisma: uso de narrativas y metáforas, desempeño excepcional, capacidad de replantear problemas y conductas auto-sacrificiales. Estas estrategias potencian la conexión emocional, pero pueden también fomentar culto personal si no se acompañan de competencia técnica y ética institucional.

6. Carisma en la política y la esfera pública

En política, el carisma es la línea divisoria entre líderes que inspiran y aquellos que pasan inadvertidos. Barack Obama sedujo con discursos que apelaban a la esperanza colectiva; Donald Trump movilizó con retórica directa y confrontacional; Jacinda Ardern proyectó calidez y empatía en momentos de crisis. Cada uno, a su manera, utilizó presencia, poder y calidez para conectar con audiencias diversas, incluso cuando la solidez de sus propuestas fuera cuestionada.

Max Weber sigue vigente: el carisma es validado por los seguidores, no proclamado por el líder. Se trata de una transacción emocional y simbólica, un pacto de confianza que puede ser frágil o duradero, dependiendo de los resultados.

7. Carisma en el mundo corporativo

Las empresas de clase mundial han redescubierto la importancia del carisma en tiempos de disrupción y teletrabajo. Un CEO con carisma no solo atrae talento, sino que inspira compromiso en un entorno donde las jerarquías son más planas y las interacciones más virtuales.

Satya Nadella, de Microsoft, encarna el carisma sobrio: combina calidez con visión transformadora, inspirando tanto a empleados como a accionistas. Indra Nooyi, ex-CEO de PepsiCo, proyectó empatía y cercanía, vinculando las metas corporativas con propósitos humanos. Elon Musk, en su versión más polémica, demuestra el poder del carisma para movilizar inversores, ingenieros y consumidores hacia visiones disruptivas, aunque con riesgos de sobreexposición y narcisismo.

En un entorno empresarial donde la inteligencia artificial y la automatización amenazan con deshumanizar procesos, el carisma se vuelve un diferenciador competitivo. Liderar con empatía, visión y autenticidad no solo atrae clientes y empleados, sino que crea comunidades en torno a las marcas.

8. Carisma en la cultura contemporánea: de “rizz” al carisma digital

Entre los jóvenes, la palabra “rizz” —popularizada en TikTok y adoptada por el Oxford Dictionary en 2023— es la nueva forma de hablar de carisma: la habilidad de generar atracción y conexión auténtica. La cultura digital ha democratizado el carisma: ya no se trata de discursos grandilocuentes, sino de microinteracciones que transmiten autenticidad en videos de 30 segundos.

Esto plantea un reto: ¿cómo sostener un carisma auténtico en entornos donde la imagen y la inmediatez predominan? La respuesta parece estar en la coherencia: ser la misma persona en lo presencial y lo digital, proyectar integridad y conexión genuina, incluso en el espacio virtual.

9. Carisma con presencia auténtica

James Scouller, con su modelo de “tres niveles de liderazgo”, subraya la diferencia entre el carisma superficial y la presencia auténtica. El primero se centra en impresionar; la segunda, en inspirar desde la coherencia interna. El carisma auténtico integra competencia técnica, actitud de servicio y autoconciencia emocional. Es el carisma que no deslumbra, sino que construye confianza.

10. ¿Por qué importa el carisma hoy?

En la era de la saturación mediática y la sobreinformación, el carisma importa porque:

Conecta en medio del ruido. Entre datos y algoritmos, corta el exceso y genera atención genuina.

Inspira en empresas horizontales o equipos remotos. Es clave para influir sin jerarquías rígidas.

Genera energía colectiva. Moviliza emociones y cohesiona en tiempos de crisis.

Frente a la tecnología, recuerda la centralidad de lo humano.

Construye liderazgo ético y sostenible. 

El carisma con propósito se convierte en legado; sin integridad, es un espectáculo vacío.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/poder-y-peligro-del-carisma/